NUESTRA ACTITUD FRENTE A LAS
ADVERSIDADES
Las experiencias repentinas, particularmente
las dolorosas, pueden producir profundos cambios en el modo en que concebimos
nuestro entorno vital, a los demás y a nosotros mismos.
Los eventos súbitos o inesperados que también forman parte del
acontecer cotidiano en nuestra estadía terrena, son lo que precisamente, dentro
del cúmulo de las experiencias humanas, cincelan y dan forma a nuestra
capacidad de adaptación frente a situaciones adversas e irreversibles, y de
cuya apropiada asimilación, obtenemos la madurez que nos permite seguir
afrontando a futuro, los “cambios” que siempre desembocan en reflexión y en
ocasiones producen gran inquietud interior.
Las preguntas, justificaciones, o
reclamos, son siempre los mismos, y los repetimos con fuerza dogmática porque
se han constituido en paradigmas que suponemos ayudan a superar los caminos
escabrosos. Cuántas veces nos hemos repetido: “Por qué yo”, o “Tenía que
tocarme a mí”, o “Tanto nadar para morir en la orilla”, o “La vida es dura”.
Diseñamos miles de acertijos porque las barreras emocionales de los seres
humanos son sumamente poderosas, y no
admitimos fácilmente cambios, salvo los inevitables, que suponen ingentes esfuerzos
de nuestra parte para superarlos y no siempre lo logramos con éxito.
Todos
los días observamos conflictos bélicos terribles, con muerte de civiles, muchas
veces niños. En estos sitios también existen personas trabajadoras, organizadas
y disciplinadas, que desesperadamente tratan de salir a flote. Imaginamos lo
que sufren porque la magnitud de la prueba que atraviesan en estos momentos,
pone en juego sus propias vidas con la
sombra perenne de los bombardeos, la miseria, las enfermedades y la hambruna.
No se trata de cargar el mundo encima, pero probablemente, nosotros armamos un
berrinche por un atasco en la autovía o buscamos bronca por cualquier
insignificancia, o protestamos justificadamente por lo que consideramos un
asalto a nuestro patrimonio en el Banco, en la Oficina o en el Supermercado. Lo
cierto es, que el enfoque justo radica, en ponerse en la piel de los demás, y
de evaluar hasta que punto, nos gobiernan nuestras emociones o tenemos nosotros,
el control del sistema operativo más complejo que se conoce: el humano.
Después
de la pasión viene la reflexión, nuestro hemisferio cerebral derecho recoloca
las ideas y nos hace asertivos. Quizá es el momento en que también nos preguntamos,
si el secreto de vivir es soltar un poco el fardo que nos agobia, permitirnos
soñar, fabular de vez en vez, con los pies sobre la tierra o donde queramos
ponerlos. Grandes ejecutivos y potentados, han optado por abandonarlo todo y
trasladarse a un lugar remoto buscando tranquilidad espiritual, e
inmediatamente pensamos: “pues claro, ya lograron la patrimonial”, pero viven
sin lujos ni comodidades, descubrieron “algo” que no consiguieron en Wall
Street, reordenarse interiormente y comprender mejor su esencia humana,
comprender su insignificancia terrena y sentir la satisfacción de dar antes que
recibir.
Veámonos
pues en el espejo de los que lo han perdido todo, démosle preponderancia a las
cosas sencillas, a las que nos estremecen interiormente, a nuestra sensibilidad,
a la ayuda solidaria y desinteresada, y estamos
seguros, de que el fenómeno causa-efecto no tardará en aparecer en nuestras
vidas haciéndonos más y mejores seres humanos.
Abog.
César Enrique López Bacaicoa
Maestria en Derecho Internacional de los Derechos Humanos,
Justicia Penal Internacional y Derecho Internacional Humanitario. España, Unión Europea.
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