LA MENTIRA COMO PATOLOGÍA POLÍTICA.
Nada más deprimente que escuchar a un político
justificar una cadena de desaciertos apelando al engaño o al descrédito de sus
contendores, o lo que es peor, constituyéndose en vendedor de ilusiones a la
gente desposeída, trabajadora y pensante, que acumula reacciones que en algún
momento se harán irreprimibles.
Se puede mentir por ignorancia o con premeditación.
Cuando opera el acto voluntario del engaño a terceros, se concreta una estafa
social o colectiva y el sueño de muchos incautos o no, termina en ilusión
derramada que va abonando el desencanto y la frustración entre la ciudadanía,
aumentado su intolerancia y su incredulidad frente a aquéllos interlocutores
que consideraba “válidos”.
Un mentiroso
compulsivo, insulta primeramente la capacidad comprensiva de su receptor acudiendo
al elemento primario de toda distorsión de lo obvio: la confusión permanente. Así
tenemos el ejemplo típico del uso de las estadísticas oficialistas, muchas
veces inverosímiles y que en nada se compadecen con la realidad que arrasa el
menguado ingreso familiar. El demagogo profesional siempre estará presto a demostrarle
fehacientemente, con sus gráficos y diagramas, preparados y tarifados, que es
usted una persona incapaz de comprender, como al llegar a finales de mes, no
tiene un duro en la cartera, cuando los números demuestran un portentoso superávit
del cual usted no se ha percatado.
Cuando
este tipo de patología se hace particularmente recurrente (nos referimos a los
seres humanos en general), se le denomina “mitomanía”, vale decir, la condición
maniática de decir mentiras y de inventar con impostura cosas fabulosas, que a
la postre carecen de punto de apoyo o sustentación real y lógica. Y es entonces
cuando aquél abono al que nos referimos al comienzo (el desencanto y la
frustración) va cundiendo en el alma y
fertilizando los sentimientos de ira e impotencia. Los ánimos pues, comienzan a
caldearse hasta convertirse en un poderoso detonante social. El explosivo en cuestión, a veces se enciende
y explota a causa de medidas concretas que los gobernantes toman para paliar el
producto de entuertos continuados, pero en ocasiones, sólo se ve el destello
que, cual combustión espontánea, produce una violencia indetenible, contenida y
reprimida, que encuentra su cauce inevitable de desahogo sin importar garrotazos
o los consabidos chorros de agua a presión por parte de las autoridades.
No somos tan
ingenuos para pensar, que el arte de gobernar conlleva a la verdad y la armonía
que evoca a la polis griega o a la
Utopía de Tomás Moro, pero tampoco pensamos se puede ser tan chapucero para
decirle a los ciudadanos, que todo está de maravilla, cuando la propia pensión
está en peligro, cuando la distorsión social opera al máximo, con médicos
lavando coches o abogados podando jardines. Y es aquí, donde el mentiroso añade
al enemigo imaginario, el mediático a la cabeza, por supuesto, que manipula a
la masa con “oscuros” intereses cuando dice las cosas como las percibe el
ciudadano común.
Los políticos exitosos, saben hablar con la
verdad sin alarmar, opinar y debatir sin insultar y proponer sin imponer. Esa
es la verdadera diferencia entre un gobernante estadista y un dictatorzuelo
ignaro y prepotente. Los políticos mentirosos patológicos están en todas partes,
pensamos empero, que aquellos con alguna patología adicional, como la
egolatría, el mesianismo o la decadencia intelectual, constituyen un verdadero
drama para sus gobernados.
Abog. César Enrique López Bacaicoa
Maestria en Derecho Internacional de los Derechos Humanos, Justicia Penal Internacional y Derecho Internacional Humanitario. España, Unión Europea.